Mi machete es mi compañero. 

Era muy ligero. El mango estaba tan gastado. Casi agarraba la hoja con la mano.

Mi machete ya trabaja solo. Decía.

Y reía. Con ese salía al campo. Sembraba a pala. Desyerbaba con azadón. Con oz. Una hectárea. En surcos muy largos. Cultivaba y trabajaba duro hasta cosechar. Sembraba maíz, calabacita, frijol, habas, ejotes, nopales. Cuando el sol era duro, se tiraba en la milpa. Veía el cielo, pensaba y disfrutaba. La gente del pueblo la veía y preguntaba. ¿Qué le pasa? Estaba ahí. Acostada. Descansando.

Comía muchas hierbas del campo. Verdolagas. Quintoniles al vapor. Cocinaba los quelites cenizos. Huazontles en mole y salsa verde. Sin grasa.  El ahuautle lo conseguía en el lago de Atenco. En tortillas, con mole o salsa verde. Cultivaba el maíz. Cuidaba su maíz. Lo seleccionaba y guardaba muy bien. No desperdiciaba nada. Lo llevaba a moler.  Ponía el nixcón. Ponía su tlecuil. Se ponía a hacer las tortillas.

En su milpa enseñó que si la sed es dura, y no hay itacate, se puede usar el machete para cortar una penquita de nopal, quitar las espinas, limpiar con tierra, y a comer así.

Crudo. Como agua.

¡Tengan, coman!

Aunque a ella misma no le gustaban los nopales.

Integrante del Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra, no se guardaba lo que sentía. Tomaba el micrófono y decía discursos que salpicaba de platillos. Y es que toda conversación con ella devenía en comida. No era palabrería. Llevaba canastas a las marchas. Ahuautle cocinado, tortitas de espinacas y de papa.  Hasta a los policías les daba un taco. Y antes de irse a las marchas pasaba a dejar la comida a sus hijos e hijas.

Cuando era niña sufrió mucho. No tenía para comer. A sus hermanos prefería darles lo poco que había. Cuando les llevaban plátanos o naranjas aventaban las cáscaras para el techo. Y cuando no tenían qué comer subía, las bajaba. Eso comían. Si yo llevo una naranja, de a gajito, aunque sea eso nos toca. Así pensaba. Y que el campo nos daba de comer y no necesitábamos dinero.

Tenía tres machetes. Uno tenía la leyenda de Atenco. El otro tenía Acuexcomac vive. Y el de su trabajo. Ese no decía nada. 

Fue campesina hasta su muerte. Cuando pase lo que tiene que pasar, den bien de comer. Que hiciéramos tamalitos. Que hiciéramos atole. Que diéramos café con pan. Y el día de su misa de nueve días, pues mole y carne de puerco frita. Y así lo hicimos. Cuando yo me muera quiero que enlonen toda la calle. Eso indicó tiempo antes de enfermar. Van a  venir todos mis compañeros y quiero que los atiendan bien. Y van a venir mis compañeras para hacer todo lo que se necesita. Y sí, nos acompañaron todas.

Meses atrás trabajó en el campo y se le logró mucho frijol. Estaba contenta. Siento como que algo va a pasar. Pensaba. Todos mis hijos, nietos y biznietos vinieron a ayudar. Lo que nunca había pasado. Todo el frijol que coseché, todo ese frijol se lo van a  dar a la gente que venga a mi misa. Dijo así el día que le dijeron que estaba mal. Ella todavía lo pasó a limpiar. Lo pasó a acomodar. Y a toda la gente le dimos un puñito de aquella cosecha. No se nos quedó nada.

Quien venga a visitarlos, ofréceles lo que tengan. Siempre preocupada porque todo mundo comiera. Esa fue Alicia Galicia Lima, Lichita. 

Así, cuando falleció, en su caja le pusimos su sombrero, su paliacate, su bolsita y su machete.

Un día aportó su palabra para la composición de un poema. Ahí hablan personas de Tocuila, Atenco y Acuexcomac, su pueblo. Ella llevó nopales asados con rajas, quelites y calabazas. Estaban bien picosos. Nadie había pensado en qué comer. Ella sí. En el poema está su voz. Bendita tierra que me das una tortilla, que me vas a dejar descansar en ti.


*Esta polifonía está compuesta con la voz de María Rosaura Salas Galicia, hija de Alicia, y Trinidad Ramírez, su amiga y compañera. También incluimos algunos recuerdos, y la propia voz de nuestra compañera, campesina, cocinera, combatiente del FPDT, fallecida en 2019.