San Bernardino, Texcoco. Pueblo ribereño en la zona tipificada como la llanura por Palerm y Wolf, sabía convivir con la fluctuación estacional de los bordes lacustres, y parte de su población aún transmite los saberes de la vida con el lago. Le da nombre al río alumbrado en la cañada del cerro Tecorral de la Sierra de Quetzaltepec, y que al poniente del pueblo aún aporta líquido al lecho lacustre texcocano. Formó parte de los antiguos sistemas de riego surtidos por los manantiales de la montaña: aguas rodadas que aún recorren los canales en las calles del pueblo y los terrenos agrícolas, manteniendo hileras de sus características charcas. Flanqueado por todos los procesos de transformación de la periferia urbana, más la influencia del ámbito lacustre que aún gravita al poniente en sus barrios, es uno de los lugares que asestan cambios súbitos de índole espacial a quien los recorre. Localidad umbral, todas las fases de cambio del pasado agrícola de la región son perceptibles en comunidades como San Bernardino, y también todas las bifurcaciones hacia el futuro del territorio. Por eso es plausible que el empático epíteto dado a sus pobladores, “los ranas”, indique una cualidad anfibia que desde los tiempos de Nezahualcóyotl labra la vida como vaivén entre el agua y la tierra.


Chimalhuacán. Insignia del cambio drástico a partir de lo añadido sobre el territorio, se trata de un espacio al que por debajo de todo su cemento aún lo traspasan brazos de agua subterránea con rumbo al hidrogel del fondo lacustre. Los testimonios chimalhuaquenses del agua a pocos metros de los cimientos no son rarezas. Chimalhuacán cobra una dimensión subrepticia de resistencia y memoria luego de conocerlo a través de las voces y prácticas que en torno al alimento tiene su cultura, al grado que en el mismo plano del entendimiento quedan el diagrama de flujos subterráneos de Tóth y el laberinto de sus callejones. Considerado el límite sur del antiguo Acolhuacan, Chimalhuacán fue un espacio de huertas y vergeles abiertos que fueron removidos, y cuyo silencio apacible parece replegado aún en las pendientes cimeras del cerro Chimalhuache, como si entre los pastos y huizaches solistas y los movimientos del agua en el subsuelo pasara casualmente una inmensa periferia que transporta junto con todos sus habitantes unos árboles de olivo, como polizones de traspatio, que anclan la visión.


Las joyas Altica, Tepetlaoxtoc. Pórtico de vientos atlánticos que ingresan a la cuenca central del Valle de México es la coda norte de la Sierra Nevada. Llamada localmente Sierra de Tlalmiminole, se trata del tramo menos elevado del cateto superior de ese triángulo escaleno que sintetiza el perfil del bloque orográfico que al norte de la Iztaccíhuatl y el Téyotl tiene su vértice más elevado en el Cerro Tlaloc. Es un territorio que agrupa cañadas: la Hornilla, el Órgano, los Portales, Aguilarco y varias más. Entre los 2500 y 2800 msnm su vegetación actual es una mezcla de bosque endémico de pino-encino, matorrales, pastos y flora de barranca, además de plantaciones de la Barrera Forestal que prosperaron sobre áreas erosionadas por la devastación del bosque original a partir el siglo XVI. La retícula de hondonadas entre los cerros y lomeríos es un baluarte para la recarga local del acuífero, y además encauza ríos que confluyen al Río San Juan, tributario de la Ciénega homónima y de otros humedales en el lecho del Lago de Texcoco. Hábitat para coyotes, víbora de cascabel, alicantes, conejo teporingo, armadillos, correcaminos y ajolotes en los relictos, se trata de un espacio donde conviven y laboran diversos núcleos ejidales que mantienen vigente la cultura del maguey, junto a la siembra de maíz, frijol, calabaza y otros cultivos de temporal. Hay ruinas de enclaves pulqueros antiguos documentados desde el siglo XIX. También algunos predios particulares con hitos del paisaje local, como el cerro de la Tonalteca o las pilastras y peñones de la garganta del Órgano. La sobreexplotación minera suscitada por la implementación de la fase 1 del NAIM llegó a este lugar, y dicha presión permanece hasta hoy.


Atenco. (At-en-co) A la orilla del agua en náhuatl. Uno de los últimos puntos de resistencia lacustre ante el avance de la Metrópoli capitalina. Desde sus cerros, se alcanza a imaginar la vista de navegación del vaso del Lago de Texcoco. Fue ahí donde el Subcomandante Marcos (2006) habló de una boca de playa: si cae Atenco ante el avance urbano, caerán los demás pueblos hasta la parte alta. En 2001, San Salvador Atenco se convirtió en referente mundial de la lucha campesina al resistir, y luego lograr la anulación de 19 decretos expropiatorios que despojaron de cinco mil 400 hectáreas, que el gobierno quiso pagar a siete pesos el metro cuadrado. Entonces armaron campamentos en lago, tomaron las plazas, y llegaron cientos: los de Acuexcomac, los de Nexquipayac, a los que se agregaron estudiantes, sindicalistas, de todo. Los de Atenco avanzaron sobre la capital, no para tomarla sino para sacudirla. Llevaban el machete en las manos. A partir de este momento ustedes ya no serán los de Atenco, sino los macheteros, dijeron los medios. Para unos fueron un pueblo vándalo que amenazaba la Metrópoli, para otros, el recuerdo del México campesino y el jornal. Permanecieron en esa resistencia en los inicios del primero del milenio, el del  siglo del terrorismo que más bien pinta para siglo de la revuelta, fueron quizás la primer lucha extendida contra un megaproyecto en el siglo, y así resistieron hasta que el gobernante Vicente Fox, apodado el burro, tuvo que retirar los decretos. De todos lados del país les preguntaron cómo le habían hecho: contestaban, sólo ser como somos.

A la orilla del agua es en la grieta en lo imposible. Atenco siempre revierte lo que se espera. Después de una brutal represión ordenada por Enrique Peña Nieto, apodado el violador asesino, en 2006, lograron la libertad de presos con sentencias de hasta un siglo. El propio Peña reeditó el aeropuerto y lo impuso a base de represión, compra de conciencias, una receta repetida en muchas otras partes del país. En 2018, emprendieron de nuevo y el tiempo cambió de rumbo. Entonces la cuenta se realiza por meses: prepararon una campaña (#YoPrefieroElLago), se fueron a marchas, mostraron su comida. Decían que ya no empeñaban el machete como antes, sino la imaginación. Entonces los machetes fueron intervenidos mediante las artes plásticas y en ellos se miraban glifos y pescados. Lograron así parar el aeropuerto, aunque la barda perimetral, la desecación y el ecocidio han dejado secuelas en la población añadiendo la fragmentación del territorio con la expropiación de ejidos. Así que desde entonces y durante la escritura de este recetario nos encontramos en la época del #ManosALaCuenca, una apuesta por restituir las tierras y  renovar relaciones bioculturales. Desde 2021, habitantes del pueblo y la región se han dedicado a regenerar los cuerpos de agua desecados de la Laguna Xalapango. Para los campesinos la lucha no tiene tiempo, y aquí termina la cuenta, pero sigue el relato: una de las atenquenses dice que al menos otro nudo de tiempo, de otros veinte años, una generación más, y de ahí, lo que venga.

Pero en el día a día, Atenco es pues, a la orilla del agua, y al pie del comal. En este lugar la comida siempre formula un discurso subrepticio y da sentido al alzar de machetes. No hay conversación que en Atenco no derive en comer pato, en ahuautle, en acociles, en chichicuilotes, en pescado blanco. Atenco es la singularidad y especificidad de las formas-de-vida campesina y lacustre que tienen su refugio en el estómago. Decía Ignacio Nacho del Valle al recordar el 2001 que fueron surgiendo las consignas. ¡La Tierra no se vende, se ama y se defiende! ¡La sangre de los abuelos no se negocia! Conceptos que fueron saliendo de la misma gente. De esa reflexión. ¿Por qué nos estamos oponiendo? Esa tierra. ¿Quién nos la dejo? Si toda esta zona es zapatista.

Una de sus consignas que aquí nos tiene, es: ¡Ni hoteles, ni aviones, la tierra da frijoles!