No deja de ser inquietante la idea de comer una flor.

No morirá la flor de la palabra, dejemos al menos flores;  la imagen de la flor está enclavada en la imaginación y la melancolía, la alegría y la brevedad; la dualidad de la vida y la muerte.

Además, “Comeflores” es el apodo que usan los ultras para señalar a quienes falta la radicalidad política.

Y la desmemoria es la condena de los lotófagos de la Odisea.

Pero aquí, en el oriente de la Cuenca de México, las personas que radicalmente llevan machete en mano, enfrentadas a guardias blancas y grupos de choque, memoriosas y conscientes de la historia de sus pueblos, comen flores.

La flor es también alimento y su degustación implica conocimiento del lugar, habilidades de recolección y paciencia.  

Una pareja de jóvenes que conocen de punta a punta estos cerros de Tepetlaoxtoc nos indican los caminos para recoger flores. No haremos adornos. Comeremos flores. Nos detenemos frente a una enorme palma. Las flores de la palma crecen en racimos. Desde abajo tienen aspecto de jazmines colgantes: blanco, amarillo pálido, verde.

Nuestro amigo Gabriel amarra un cuchillo en una larga vara. Las espinas asoman en diversas direcciones; pero él cercena y arma ramos con facilidad que recogemos y llegamos en los hombros.

Gabriela prepara los utensilios en una amplia cocina que es el patio. Ahí la rodeamos para comenzar a deshojar las flores.

Que se lavan. 

Se remojan.

Se ponen a hervir. Y casi al final, se les agrega un poco de azúcar, pues las flores son amargas.

Una vez hervidas se cuelan y escurren.

Escurridas se fríen con cebolla.

Una vez frita la cebolla, se agrega el huevo y se deja cocer.

Como si fueran unos quintoniles.

Caminamos para conseguir otra flor muy preciada: la del maguey.

Gabriel cuenta que el maguey se tiene que agarrar en su punto para poderle cortar el corazón y extraer el aguamiel. El ataque al maguey tiene que ser en luna maciza. Y es que si lo cortas en luna tierna tiende a pudrirse. Si algún corazón te llega a ganar en tiempo, es mejor que dé su fruto; ya no tiene caso maltratarlo. Ni aprovechas el aguamiel, ni la planta. Maguey que no es capado, cuyo corazón permanece en su sitio, crece alto como un saurópodo cretácico. Al finalizar su cuello se encuentra esa flor altísima e inalcanzable: flor de quiote o galumbo.

Gabriela cuenta que el quiote no se deshoja.

Sólo se limpia quitando el centro.

Se puede hacer frito con huevo, con cebolla.

También se puede hacer en tortitas.

Ala flor de quiote se le agrega sal.

Se bate el huevo hasta punto de turrón.

Se mezcla con sal, cebolla picada y a freír.

Lo mismo el corazón del maguey: el meyolote.

Se escurre y se hierve con azúcar, ajo, cebolla y sal.

Se fríe con cebolla y se le echa el huevo.

Pero la gran receta es el mixiote de flor de quiote.

Que se lava la flor cruda.

Se mezcla con sal y epazote, cebolla y chile, nopales y xoconostle.

Y pollo acaso.

Se envuelve en la hoja de maguey. Con un nudito.

Luego se cuece al vapor.

Todos estos platos van acompañados de tortillas azules y salsas rojas.


La mesa muestra una galaxia de guisados de flores. Si a algo sabrá la flor de la palabra de quienes defienden la tierra, es a estos platos serios, fuertes, muy sabrosos.

Así, memoriosa, correosa, ultrarradical es la vida de quien come flores entre la niebla de la parte alta del oriente de la Cuenca de México.