Es un hogar que detiene a la Metrópoli; es una vida que brota junto con árboles de guayaba, capulín, durazno; árboles después quemados, arrancados y vueltos a sembrar; plátanos, chile manzano, chiltepin; formas-de-vida flanqueadas para abrir paso a la vorágine de conexión, optimización de los modos de polución, extensión de planicies encementadas, lisas, limpias, iluminadas; es el de Nieves Rodríguez un gusto por el campo inculcado por una abuela ejidataria que, para hacer tortillas, decía, Nieves, hija, vamos a desyerbar, desgranar, deshojar; y desde muy pequeña iba Nieves a juntar cubetas de capulines para vender en el tianguis de Chiconcuac; quintoniles y verdolagas, flor de calabaza y rábano para ofrecer; y al final, si sobraba producto, truequeaba las hierbas por manteca; quizás por eso Nieves dice no me puedo estar tranquila, y aunque está ombligada a esta tierra, dice no me estoy quieta; de ahí su tristeza cuando uno de los camiones que acarreaban material extirpado de la entraña de la montaña arremetió contra ella; pero eso lo contaremos más adelante; ahora diremos que este era un terreno rodeado de árboles y de animales, de frutas y vacas lecheras, nopaleras y gallinas; este era pues un ranchito que brotó en el ejido de San Salvador Atenco, una casa de ladrillo rojo que cobró fama mediante imágenes aéreas que mostraban la dignidad de una mujer plantada entre el tendido cibernético de la urbe capitalina.

A lo que el Gobierno Federal llamaba progreso, desarrollo, empleo, Nieves le llama monstruo; comenzó Nieves a mirar cómo para cercenar el campo se tiran primero piedras, varillas, cascajo sobre los terrenos aledaños; era el avance de un proyecto capitalista Autopista “Pirámides-Texcoco” u “Ecatepec-Peñón”; el gobierno podría hacer una receta de la contrainsurgencia con e siguiente modo de preparación, se presiona para que los campesinos vendan la tierra (¡qué diría Zapata!), se llega con cañonazos de dinero; se anuncia una inversión de 1700 millones de pesos; se tienden los rollos que harán de base de la pista; se habla de 17.1 kilómetros de longitud; se usa jóvenes golpeadores embrutecidos para atacar los campamentos resistentes; a Nieves, por ejemplo, le quemaron sus nopaleras; le cortaron la luz y el agua y tuvo que moler el chile, los jitomates a mano; finalmente, recibió  la visita de esa gente de letras, le dijeron llegamos a un acuerdo o nos vamos a la expropiación, y luego dijeron que habrá muertitos, comenzaremos por quien más te duele; entonces Nieves les dijo no estoy sola, y no estuvo sola, porque la gente del pueblo detuvo en aquel 2018 los camiones cargados de material; no hay paso, e instalaron lonas, sillas, ampliaron la cocina; se quedaron en el lugar de Nieves y eso estuvo bien, porque defendieron, y entonces hubo que pensar cómo dar de comer a tantas personas que comenzaron a llegar y a llegar para acompañar a Nieves.

Rumbo a la casa de Nieves estaban los grandes ahuehuetes que proliferaron por siglos en la región de Texcoco, ahora se cuentan a puñados; Nieves permanece en esa lucha como un árbol asediado; y si se le pregunta sobre su vida, dice que es una raíz, y la raíz tiene muchas funciones; la raíz es el órgano primero de una semilla, brota antes que la planta misma; la raíz como eje de la planta; la raíz es aquello del hogar que no se ve pero lo alimenta, y sin embargo la raíz es un órgano de nutrición que permite fluidos y diversidad de elementos; la raíz es a la par una apertura y un ancla, un soporte que cobija comunidades en simbiosis con otras formas, como hongos; la raíz hace suelo al disolver minerales aprovechados por especies que crean humus; también, la raíz sirve para conversar, para comunicar plantas con lenguajes minerales y acuáticos; hay raíces comestibles como el camote y la jícama, y hasta hay árboles que trenzan su raíz con la raíz de otros para crear despensas de nutrientes comunes; todo esto era la cocinacampamento en el jardín de Nieves.

Palmean tortillas las integrantes del Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra; ahí estaban Trinidad Ramírez y Alicia Galicia Lima, Lichita, la que más iba y se quedaba en el campamento; ella traía el quelite cenizo, un costalote para que alcanzara; en aquel entonces Nieves andaba mal del pie por el accidente provocado por uno de los camiones que acarreaba piedra para oprimir el fondo del lago; pero aún así Nieves cocinaba; nunca en soledad, pues traían agua, despensa, traían arroz, azúcar, sal los compañeros y las compañeras; quienes sembraron frijol, traían frijol; quienes sembraban espárrago, traían espárrago; no faltaba quien traía longaniza, y con nopales y ejotes la echaban en el tlecuil. 

Una vez hicieron 50 kilos de chiles cuaresmeños; Licha decía, no nos van a alcanzar, muñequita, trae más chiles y más queso; y no sé de dónde salía, pero comíamos bien; a veces pensaba, hoy no tengo dinero, a ver qué comemos, y conseguían; veía la manera y comían; con la rodilla lastimada, recibiendo gente; Nieves sembrada.

Cuando iban organizaciones llevaban siete kilos de masa, cinco kilos de chicharrón prensado; una vez hice gorditas michoacanas; una vez, hasta barbacoa de pato; y a veces traían pastel, yoghurt y hasta helado.

Pero las que más me gustaron fueron las calabazas con orégano, recuerda Nieves, se parten en rodajas, se pone mantequilla en la cazuela, aunque aquí eran cazuelonas, y ahí se agrega sal y el orégano, que se muele con la mano, y se tapa, y se baja la lumbre; le llamamos sudadas.

De su gusto, del gusto de las personas que defienden la tierra, son las hierbitas que se dan en el suelo; es la flor de calabaza, nopales, verdolaga y los huazontles; el huauzontle se lava, se limpia, se exprime, se le quitan las hojas, se le quitan las ramas, se corta la punta floreada, se pone a hervir, se mete y acomoda el quesillo, se capea con la harina con huevo a punto de turrón y hasta se le echa ahuautle, se echan en aceite, que se dore bien, y se escurre en una coladera; se pone en mole rojo o chile pasilla; ese es el platillo tradicional.

Y sobre los quelites cenizos, cuando mi abuelita nos enseñó, nada que le echábamos carne; ella cortaba los quelites, los ponía a hervir, los exprimía muy bien; ya que estaban exprimidos, con manteca y cebolla y ajo machacado y en el aceite se sueltan los quelites, se tapan y al coser se echa su sal, y listos; tenemos una salsa preparada; es muy sabroso con tortillitas a mano; los quintoniles igual, se hace lo mismo

Durante la última etapa del campamento, jóvenes activistas le construyeron a Nieves una cocina de carrizo en el jardín; ahí cocinaba con leña y un enorme comal; alguna vez nos dijo a estudiantes que la visitamos en 2020: ¿cómo es que la madre tierra nos da para que comamos? , y nos ofreció un taco; teníamos el reloj encima, no pudimos comer, pero nos hizo tomar aunque sea un vasito de refresco.

La idea de este recetario nació de la idea de cumplir con la visita que le prometimos entonces.