Las tres piedras del Tlecuil


Aunque se vuelve roca, el magma es la espuma del cataclismo. Su velocidad semi-lenta es la de un antifaz de vapores abismales menos livianos que el aire encubierto por la espuma en la orilla del mar. Las pedacerías o  largas plataformas remanentes cuando salió el último hilo gaseoso no capitularon bajo la luz solar a profesar calor: su régimen es de reptil negro que poroso absorbe radiación hasta poderla irradiar. La valoración de las piedras disponibles en el medio parece un principio remoto de organización utilitaria, pero luego tiene su correspondencia con los elementos distintivos del panorama completo: la plástica ristra volcánica de la cuenca mexicana favorece que las rocas reciban la función de emular la ardiente entraña telúrica para utilidad doméstica y ritual: el ígneo tripié para cimentar la cocción de los alimentos conlleva la transmisión de calor desde el abismo de la tierra al abismo de los cuerpos.

Tlecuil: a diferencia de la estufa, el tlecuil no es un aparato sino un espacio, el principal del hogar, por cierto, en tanto que entidad epónima.: Hhogar: sitio donde se hace la lumbre, casa, domicilio, familia, corazón ígneo. El tlecuil es también taller, fragua donde martillos de manos forjan el nixtamal hasta volverlo tortilla, gordita, tlacoyo, tlalito, sope: formas esenciales y crudas que piadosamente son relajadas a la ordalía del comal, ardiente superficie litográfica que imprime relieves lunares sobre papel de garnacha. De sensualidad un tanto áspera, la seducción del tlecuil radica en sus relieves y escarpaduras, en la caricia rasposa de su personalidad volcánica. Atemporal estampa de hollín negro, luz roja y ceniza blanca, su imagen es cifra tríade del universo, tripartito equilibrio entre lo que se consume, lo que permanece y lo que se transforma. Reacio a la lisura y a la pulimentación, el tlecuil no parece exigir más artículos de limpieza que el humo, el sílice cinerario, la eventual pureza del agua y la firme sacudida de la escoba. Sin zócalo de estatua ni pebetero de llama eterna, a ras de suelo vive el tlecuil, doméstico animal fantástico que a veces duerme, muerto, y a veces juega, vivo.