Ciénega en lo suyo



Tras el bordo reciente

con rampa de 6 a 8 pasos

amanecen lagunas

como agua baldía;

no es un albarradón

para deslindar aguas dulces

de salitrosas,

sino les impide llenar

lo que al sur también

anegaban.

Pero no hay retención

de llanos lacustres

sin desalojo:

al bordo lo escolta un canal paralelo

que lleva el agua nativa

y la nombra “excedencia”

rumbo al Drenaje Profundo.

Mas no es que responda

el agua baldía

a la desanexión de su sur,

sino exudando silencio

se aparta

de los rotundos constructos

del hombre: el enrejado del  NAIM,

sus drenes y bordos

o el ejido borrado en gris hechura

que se ve a lo lejos hacia el norte. 


Anzuelo

es el oído

y está al borde

del agua:

desnuda pleura del día

fuelle viviente

trizando en sus arpas de luz

el lago entredicho.


Anzuelo en desnudeces

transpirando

es el oído:

las hojas de los pastos acuáticos

siembran sus siseos sediciosos

como amaneceres de sílices flexibles:

hasta el temor del ave anidando

enlama los decires 

maquinales del progreso 

como vívido mizmar:

islotes corales

pandillas de juncos

al cielo vacío

proclaman

el predominio flamante

del mismo solaz de la luz

iniciado

muy antes de 1400:

glorieta de vientos

croares

cloqueos

salpicaduras

de elasticidad

gutural:

futilidad del triunfo

sobre lo vulnerable.


Las aguas del río

son atareadas shamanas

y sus defensoras así las emulan,

mas los remansos

eran promesa

de ciénega:


fango de diamantes

para salir del ser

a la tersa

como víbora de agua.




Atotolin en la Ciénaga de San Juan



Primera nota: ese día, nuestrxs anfitrionxs cocinaron el atotolin usando la misma receta y procedimiento que el pato “a la basura”. Por el tamaño de esta ave, se requieren muchas ollas y mucho de todo lo demás…
 

A eso me refiero cuando digo historias del Desagüe del Valle de México. Historias de paraísos perdidos que de pronto acontecen, hierofánicos, en el presente, contradiciendo la progresión del tiempo y la uniformidad del espacio, como un toque mágico que en la frente nos abre el botón de la rosa de la duda: ¿Dónde estamos? ¿Tal vez allí, en la Tierra de nuestro sustento, Tonacatlalpan? Historias como la que, alrededor de un tlecuil, bebiendo un sublime atole de maíz azul, escuchamos en voz de la octogenaria doña Elvira Hernández (sus ojos temblorosos sumergidos en los apantles chinamperos de la infancia con primitas espiando chichicuilotes, mexclapiques, ajolotes y charales pal mixmole entre hileras de tupidos ahuejotes) apenas el sábado pasado en un patio del pueblo de San Bernardino, en Texcoco, cuyo gentilicio es “las ranas”.

Algunxs integrantes de la Cofradía Internacional de Parientes en el Chthuluceno sección #Yoprefieroelago inciso Recetario Biocultural del Lago de Texcoco fuimos invitadxs a la casa de doña Elvira porque sus nietas Virginia, Yesenia y Tocci habían logrado cazar, en las aguas de la cercana Ciénaga de San Juan, ubicada en terrenos ejidales de San Salvador Atenco, un atotolin, ave mitológica que todo mundo creía extinta, pues durante los últimos 430 años no fue avistada en el Valle de México.

Para quienes no conozcan al atotolin, transcribiré la descripción que de él y de su caza hizo fray Bernardino de Sahagún en Historia general de las cosas de Nueva España. Dense un llegue y comprueben en carne propia lo que puede este pajarote. ¡¡Ayayay!! ¡¡Adiós, cabronas golondrinuchas, llegan pocas y se van muchas; adiós, patos pendejos, llegan muchos y se van pocos!! ¡¡Ayayay!! Palabras del fraile:

51.−Hay una ave de agua llamada atotolin, que es reina de todas las aves del agua. Viene a esta Laguna de México con las otras aves, en el mes de julio. Tiene la cabeza grande y negra y el pico amarillo, redondo y largo como un palmo. El pecho y las espaldas las tiene blancas, y la cola y las piernas muy cortas. Los pies pegados al cuerpo, anchos como un palmo. Tiene el cuerpo largo y grueso, las alas cortas, las plumas también.

  52.−Esta ave no se recoge a los espadañales, siempre anda en el medio del agua; dicen que es corazón del agua, y raramente aparece. Cuando la quieren cazar, sume las canoas con la gente; dicen que da voces, llama al viento y entonces viene el viento recio, y sume las canoas.

  53.−Para tomarla la acechan dos o tres días. Al cuarto, aparéjanse todos los cazadores, y van donde está el ave como aparejados para morir, como quien va a la muerte. Tienen costumbre de perseguirla cuatro días, en los que este atotolin los espera sobre el agua. Y cuando vienen está mirando, no huye de ellos. Y si al cuarto día no la cazan antes de puesto el sol, se dan por vencidos, y saben que han de morir, porque ya se les acabó el término en que la podrían matar y flechar. Y como aquel día cuarto se acaba, comienza esta ave a vocear como grulla, y llama al viento para que los suma. Viene el viento y se levantan las olas y comienzan a graznar las aves del agua y pónense en bandas, sacuden las alas, y los peces salen arriba. Entonces los cazadores no se pueden escapar, aunque quieran no pueden, muérenseles los brazos y súmense debajo del agua y ahóganse.

  54.−Y si en alguno de los cuatro días la cazan, la toman y trábanla por el pico y échanla en la canoa. Y luego le abren la barriga, estando viva, con un dardo de tres puntas que se llama minacachalli. La causa porque la toman por el pico es porque no vomite lo que tiene en la barriga. Cuando le abren la barriga le sacan la molleja y hallan en ella una piedra preciosa o plumas ricas de todas maneras. Y si no hay piedra preciosa, ni tampoco plumas, hallan un carbón, señal de que el que la tiró o mató morirá luego. Y si hallan piedra o pluma, era señal que el que la tiró había de ser venturoso en la caza y en la pesca, y había de ser rico; pero sus nietos habían de ser pobres.

  55.−Comían la carne de esta ave todos los pescadores y cazadores del agua. Repartíanla entre todos, y a cada uno cabía poquita, y teníanlo en mucho por ser aquella ave corazón del agua. Y cuando ella se va allá a donde crían, también todas las aves del agua se van tras ella, y van hacia occidente. Los cazadores y pescadores tenían por su espejo a esta ave; decían que en ella veían los que habían de ser prósperos, o no, en el oficio de cazar o pescar.

En El embrujo del lago. El sistema lacustre de la cuenca de México en la cosmovisión mexica, Gabriel Espinosa asume el siempre controvertido papel de quien intenta zanjar discusiones criptozoológicas con cartas de la taxonomía linneana. Argumenta que el atotolin mencionado por Sahagún es, sin “el mínimo lugar a dudas”, el pelícano blanco, Pelecanus erythrorhynchos, “por tratarse de un ave de gran envergadura (2.5 a 3 metros)”.

Sin embargo, el animal que vimos muerto en casa de doña Elvira era distinto: un ser escenográfico de pecera, monstruo circense, piñata, interespecie, barroco sin duda, monolito volcánico solo transportable en ovni o en el camión de la película Armonías de Werckmeister. Ya eviscerado, su cuerpo −grande, gorda, babosa vaca tentadora, chupado murciélago ictiológico, manatí− tenía el tamaño y la forma de una foca de casi dos metros de largo. De hecho, excepto por las alas y el feral pico amarillo, todo en el atotolin hacía pensar en un lobo marino (“tiene el cuerpo largo y grueso”, había escrito Sahagún), incluso creímos verle bigotes arriba del pico. Su plumaje era corto y denso, de pingüino tirando a untuosa nutria, grisáceo, más negro en el vientre y con manchas blancas granizándole la espalda. Las patas, apenas separadas del vientre, eran amplios palmos membranosos rematados con garras de tejón. Y las alas de pterosaurio, gigantes papalotes de hueso y cartílago, tenían 4.8 metros de envergadura, según dijeron las nietas de doña Elvira.

Nunca nadie lo ha visto volar, aunque es obvio que el atotolin vuela, pues viene de un lugar lejano: el mar o el más allá. En cambio, todo el mundo ya vio el video donde ruge como dinosaurio y llama al viento para que suma a unos cazadores que lo están atacando y luego las olas se levantan y las aves comienzan a graznar y se agrupan en bandas, y sacuden las alas, y los peces salen arriba, y entonces los cazadores no se pueden escapar, aunque quieran no pueden, se les mueren los brazos y se sumen bajo el agua y se ahogan (digitar en el buscador de Youtube: “Defensa del atotolin en la Ciénaga de San Juan”).

Dos meses antes de que Virginia, Yesenia y Tocci lograran cazar al ave, don Pablo Carpio Servín, campesino de Atenco, la avistó por primera vez en las aguas de la Ciénaga de San Juan. El rumor se expandió con velocidad por toda la comarca y, cuatro días más tarde, ya había cincuenta equipos de cazadores en la orilla de la ciénaga. Como si no hubieran pasado más de cuatro siglos antes de la última vez que el atotolin fue visto en estas tierras, la gente estaba preparada: en algunas casas, entre trastes viejos, lxs ancianxs desempolvaron antiguos minacachallis. Memoria biocultural, anhelada parusía criptozoológica, periodicidad de cometa inscrita en algún calendario ajeno a los acontecimientos profanos de la vida diaria, moderna y chatarra, la llegada del ave parecía no haber sorprendido a ningún habitante de los pueblos originarios de la zona lacustre de la Cuenca de México.

A propósito de los equipos de cazadorxs reunidos en la ribera de la ciénaga, sería equívoco decir que cada uno representaba a un pueblo originario del Valle de México, pues hubo varios barrios originarios de pueblos originarios (“originario” se refiere a asentamiento existente desde tiempos precuauhtémicos) que inscribieron en la competencia cinegética a tres o cuatro agrupaciones. Así de prendida estaba la banda. En asamblea popular se estableció un calendario para la caza del atotolin y se rifaron los lugares. Al llegar su turno, lxs cazadorxs de cada equipo se hacían al agua en sus respectivas canoas, “como aparejadxs para morir, como quien va a la muerte”. Acechaban al animal durante cuatro días, sin abandonar la embarcación. Unos tras otros morían. Creo que el video del atotolin que anda circulando en internet es donde este destroza a las carpitas (tal es el gentilicio) de Mixquic.

Sobra decir que la caza del atotolin generó controversias políticas, enfrentamientos con el gobierno, fricciones entre grupos sociales y revuelo generalizado en la opinión pública. Armadas con batallones de la Policía del Estado de México y el Ejército Mexicano, las autoridades de la Comisión Nacional del Agua (CONAGUA) intentaron prohibir el acceso a los equipos de cazadores, argumentando que no está permitido cazar ni pescar en territorios de su jurisdicción. La historia de siempre: mientras a los pueblos se les prohíbe ejercer su memoria biocultural en tierra y agua, las instituciones estatales entregan concesiones y permisos a empresas privadas para enajenar territorios, despojar comunidades, desecar humedales, cavar minas, contaminar ríos y construir megaproyectos comerciales al tiempo que pregonan un discurso de correcta administración y protección de los recursos naturales.

Lo que estaba pasando en esa zona de Texcoco se supo casi inmediatamente en la Ciudad de México y luego en el resto del mundo. Amplios sectores de la población descalificaron el asunto diciendo que, como en el caso del Chupacabras, se trataba de una cortina de humo para distraer la atención de discusiones legislativas que en ese momento se decidían en el Congreso. Sin embargo, hubo grandes sectores que sí creyeron en lo que sucedía. Grupos ecologistas que intentaban detener la cacería, sectas criptozoológicas que deseaban participar en ella, biólogos de universidades nacionales y extranjeras queriendo estudiar a una especie no registrada en sus catálogos, reporteros de todas las índoles y corrientes, operadores de drones y simples curiosos se congregaron en los alrededores de la ciénaga para atestiguar los hechos. A la par, en medios de comunicación y redes sociales se emborrascaron los ánimos. Tras una campaña lacrimógena de bots y hashtags #Cuidemosalatotolin, el archifamoso influencer y aspirante independiente a la candidatura presidencial Manuel Maples Arce Mussolinni Junior (MMAMJ), director de la recién creada Fundación para la Conservación y Ternura del Ajolote Rosita y Otras Especies Vulnerables de México, lanzó con malicia un beligerante tweet intertextual que en segundos se volvió trending topic:

Es una verrrrgüenza lo que estamos viendo en Texcoco. Yo no sé qué espera el gobierno para dar una orden más fuerte, eficaz y precisa para acabar con estos salvajes que cazan a una especie en peligro de extinción #Cuidemosalatotolin


El tweet de MMAMJ parafraseaba las palabras de un conductorzuelo infame de cierto noticiero de cierta infame televisora, quien quince años atrás −el 3 de mayo de 2006− las pronunció en vivo y al aire, con los ojos en espiral como la serpiente Kaa de El libro de la selva, azuzando en cadena nacional la violencia y brutalidad del Estado contra los habitantes de Atenco, en Texcoco (aquello terminó siendo una masacre perpetrada por la policía), e hipnotizando con su ponzoña hobbesiana a miles de mexicanxs que, lobotomizadxs y diabéticxs, se tomaban un chesco mientras veían su noticiero. En 2021, por fortuna, la situación fue diferente y, pese a que los seguidores de MMAMJ engrosan alarmantemente las huestes del suprematismo nacionalista mestizo con intenciones “verdes”, y pese a que sus intereses y prejuicios tienen un peso cada vez mayor incluso en las altas esferas del gobierno, pese a todo ello la violencia se contuvo, al menos por un tiempo…

−Yo tenía diez u once años cuando nadaba en los apantles de la chinampa con primitas espiando chichicuilotes, mexclapiques, ajolotes y charales pal mixmole  −nos dijo doña Elvira cuando la mayoría de los invitados al banquete de atotolin a la basura ya se habían marchado y solo quedábamos pocas personas alrededor del tlecuil, bebiendo el atole de maíz azul que ella misma había preparado−. Pero después ya no se pudo. Como en los años cincuenta el agua se empezó a secar. Dicen que se la llevaron para México. Antes yo me acuerdo que mi papá, para regar la chinampa, como había muchísima agua, en la canoa se acercaba a una distancia de un metro o tal vez menos y con eso regaba. Luego ya no. En un primer tiempo los chinamperos construyeron pozos como de un metro por lado y otro de fondo para seguir regando las chinampas. Aunque eso significaba mucho trabajo, continuaron produciendo bajo esas condiciones tan adversas para sobrevivir. Al continuar bajando los mantos de agua, comenzamos a sembrar en el lecho de los canales, y al continuar la resequedad algunos campesinos dejaron de cultivar las tierras y emigraron.

”Es verdad que muchos se fueron a trabajar a México y luego sus hijos ya estudiaron allá y se volvieron profesionistas y dejaron de trabajar la tierra y cosechar en el agua −continuó diciendo doña Elvira, mientras Gabriel avivaba el fuego del tlecuil con pencas secas de maguey. Arriba, en el cielo, el Cinturón de Orión brillaba, luido, y del otro lado de la barda del patio un árbol pirú mecía de forma casi imperceptible sus ramas−. Es verdad que muchos dejaron de ir a los tulares para sacar el ahuautle, y a las charcas de Nexquipayac a obtener el tequesquite, y a la laguna a cazar los patos, y a las veredas a recolectar lenguas de vaca, pero también es verdad que muchas personas lo seguimos haciendo todavía hoy. Porque lo cierto es que nos han quitado el agua y nos la quieren quitar todavía, junto con la tierra para construir más y más ciudad y lo del aeropuerto y las carreteras y los fraccionamientos y los centros comerciales, pero otra cosa también cierta es que el lago sigue existiendo, aunque cada vez más poquito y dividido en charcas, ahí sigue. Harta gente de aquí y de allá nos seguimos alimentando con lo que el agua nos da, es nuestra forma de resistir. Nuestra lucha por la vida consiste en seguir alimentándonos con la tierra de nuestro sustento, el tonacatlalpan, se dice en náhuatl.

”Yo les enseñé todo eso a mis hijos, y luego a mis nietas. !La tierra no se vende! !Se ama y se defiende! ¡Ni hoteles, ni aviones; la tierra da frijoles!, gritaban ellas en el patio, cuando eran niñas −doña Elvira sonreía melancólica y memoriosamente al decir esto. A lo lejos se escuchaba música de reggaetón y ladridos de perros−. Fíjense, cuando pasó lo de Atenco, en el 2006, Tocci tenía once años, la misma edad que yo cuando me iba a nadar a los apantles de la chinampa. Imagínense el revuelo que hubo entonces. Aquí estamos rete cerquita de Atenco. De purito milagro no llegaron hasta acá los policías. Y Tocci, así chiquita, ya entendía todo. Te lo explicaba como si nada: todo esto es porque quieren a fuerzas construir el aeropuerto, ¿verdad, abuela?, me decía, y luego: con trampas, el gobierno quiere pagar a los campesinos menos de $10 por metro, no es justo. Cuando el 3 de mayo ella supo lo que estaba pasando, agarró unas cazuelas y con ellas quería combatir a los policías.   

”Cuando cumplió quince años, Tocci no quiso fiesta. Le pidió a su papá que le enseñara a fabricar una canoa, para poder navegar en la Ciénaga de San Juan. Se volvió muy buena en el agua, andaba de arriba para abajo. Ya más grandecita −explicó doña Elvira, con una sonrisa orgullosa y ajada en las mejillas−, como en el 2014, decidió estudiar biología y se fue para la UNAM. Regresaba bien cansada todos los días, pero siempre muy contenta y con un montón de cosas que contar mientras yo le daba de cenar. Que si en el lago de Texcoco hay 104 especies de aves nativas, y 146 migratorias, y 19 en peligro de extinción, y quién sabe qué tantas cosas más. Cuando se vino otra vez la construcción del aeropuerto de Peña Nieto, ella fue de las primeritas en la campaña #Yoprefieroelago, siempre con el argumento de proteger a las aves. Por eso, ni siquiera sus compañeros biólogos entendieron su decisión de prepararse con sus hermanas para la caza del atotolin. ¿Cómo puedes aceptar que lo maten?, le decían sus colegas. Yo en esos días vi su rostro, su seriedad, y entendí que no habría forma de detenerla. Entendí, además, que sus motivaciones eran muy profundas, sagradas, algo así como una misión inevitable.

”¿Quién iba a prevenir lo que pasó? ¡Ay, diosito! −exclamó y se llevó las manos a la cara−. La verdad es que yo tuve malos presentimientos desde el comienzo y, por eso, cuando me invitaron, no quise ir a la Ciénaga de San Juan. Dicen que el cuarto día que mis nietas acecharon al atotolin, el sol se reflejaba sobre el lago y había tanta luz que resultaba difícil ver lo que pasaba donde ellas se encontraban. De un momento a otro se soltó el viento. Yo me acuerdo que aquí en el patio se voló la ropa de los tendederos, y recé para que el ave no las matara. Me encerré en mi cuarto y cerré las cortinas.

” Yesenia me contó que ella y Virginia vieron al pájaro en medio del agua, flotando, solito, como dormido, escondido a medias por los tulares. Guardaron silencio y remaron muy despacio hacia él. Cuando ya estaban a unos veinte metros de distancia, el ave pareció despertar, las vio a los ojos, abrió el pico como aspirando aire y agitó las alas sobre la superficie, produciendo con los golpes un oleaje grandísimo, como si un meteorito hubiera caído de repente. El atotolin graznó tan fuerte, que yo aquí en la casa lo alcancé a escuchar. Fue cuando el viento comenzó a soplar bien recio. Virginia y Yesenia maniobraban la canoa para no hundirse mientras Tocci, que siempre ha sido grande de cuerpo, se acomodaba en la proa y tensaba un arco que casi mide lo mismo que ella. Disparó la primera flecha, pero erró (hamartia, αμαρτία).  Gritando como guerreras, Virginia y Yesenia seguían remando hacia el ave. La canoa se llenaba de agua. Tocci falló el segundo tiro. Los otros pájaros y los peces de la ciénaga comenzaban a llegar al auxilio de “aquella ave corazón del agua” cuando Tocci disparó la tercera flecha y atravesó con ella el pescuezo del atotolin. El pájaro se revolcaba de dolor y desesperación. Se acercaron más y, ya cuando estaban a menos de dos metros, vieron que sangraba porque el agua estaba colorada. Entonces Tocci le hundió con toda su fuerza la lanza en el pecho. Virginia lo lazó. De esa forma lo pudieron subir a la canoa. Dicen que el atotolin daba arcadas como de vómito. Yesenia lo agarró del pico. Las tres hermanas se vieron a los ojos. Con un gesto de afirmación, Tocci tomó el minacachalli, lo alzó por encima de su cabeza y así permaneció durante unos segundos, antes de clavar las tres puntas en el cuerpo de su presa. La carne del atotolin era palpitante y sanguinolenta cuando Tocci metió su mano en las entrañas. Con su cuchillo extirpó el estómago del ave, lo abrió, hurgó dentro de él y lo que halló fue una bola de carbón perfectamente seca y negra, como una joya oscura de la mala suerte. ¡Ay, Virgencita Santa, qué dolor, mi nieta va a morir!...

Segunda nota: era verdad, Tocci iba a morir, como nosotrxs lo haremos, tarde o temprano, inevitablemente. Suscribir cualquier otro dictamen acerca de su futuro o del nuestro es incurrir en la peor ciencia ficción: la de la inmortalidad. En efecto, Tocci murió dos años después, fulminada por un rayo en una noche de tormenta. Pero antes planeó embarazarse y parió una hija a la que nombró Tocci-Dos, para que su nombre continuara vivo después de su muerte. A la pequeña Tocci-Dos le enseñaron a remar, pescar y cazar sus tías Yesenia y Virginia. Pasaron las décadas y Tocci-Dos tuvo tres hijxs. Fue la generación de esxs niñxs la que consiguió, a punta de organización, golpes recibidos, muchas pérdidas ecológicas irremediables y grandes dificultades, la semi recuperación hidrológica de la comarca y la autonomía de los pueblos del oriente de la Cuenca de México. A veces, en esos pueblos, durante la cena, lxs familiares mayores narran a lxs pequeñxs la leyenda de Tocci la cazadora, y los rostros infantiles, maravillados, abren grandes los ojos cuando los adultos descuelgan de alguna pared el obligado minacachalli que hay en cada hogar.

Hasta el día de hoy, el atotolin no ha vuelto, pero se espera que en algún año próximo lo haga.