El show de cocina tradicional con títeres más popular del lago de Texcoco



Tlapiques: Lo Que Aparece En El Lugar De Lo Que Desaparece


(Estos hechos no están en el pasado
pero, a través del tiempo, los adivino)


Dentro de un patio de la localidad de San Bernardino, Texcoco, en el centro del escenario montado entre el gallinero y el tlecuil, el cocinero Omar El Titiritero (discípulo aventajado del difunto don Yuri de Gortari, que Dios agasaje en santo convite de delicias allá arriba en el cielo) esperó a que el director de producción Abraham (comiéndose un tlale picosito con la mano izquierda y sosteniendo abierto un ejemplar borgiano de El otro, el mismo con la diestra) indicare a la revolucionaria maestra Virginia, mediante gesto cantinflesco de cejas, el momento preciso para hacer sonar la claqueta y dar inicio a la filmación con un discurso titulado “Lo Que Aparece En El Lugar De Lo Que Desaparece”.

Expectantes, lxs invitadxs a la grabación del programa nos encontrábamos sentadxs, en respetuoso silencio, bebiendo a sorbos un delicioso atole de maíz azul que sabía a nube, obra sutilísima de Doña Elvira, la abuela de todxs.

Puesto que Omar El Titiritero es un hombre de muy pocas palabras cuando habla sin la prótesis de sus guiñoles, se limitó a decir, epigramático, que así funciona el mundo:

—Una cosa se va y otra viene —declaró.

Mientras tanto, su hermano Remedios, el biólogo factotum de la familia, oculto bajo la mesa del escenario, accionaba un juego de poleas para abrir un escotillón que, con lentitud, hizo desaparecer el recipiente con la masa para los tamales de aceituna y lo sustituyó con un fastuoso séquito de cazuelitas de barro copeteadas de charales, tripitas encilantradas, cebolla fileteada, chiles rojos, sal de grano, epazote y un tompiate con hojas secas de maíz.

—Si en el teatro envuelto del tamal la masa es la indiscutible protagonista, al grado de que hay tamales que son puro y delicioso monólogo masudito, en la fiesta del tlapique, la masa se retira y en su lugar se posicionan otros personajes —explicó Remedios con voz engolada y circense desde abajo de la mesa—.

—Tienes razón, oculto hermano Remedios. Un tlapique es un tamal sin masa pero también es mucho más que eso. Ya lo veremos —dijo Omar, mientras tomaba con la mano izquierda una hoja de maíz a manera de muñequita guiñol.

—Tlapique (tlapictli, en náhuatl) significa envuelto en hojas de maíz —dijo la Hoja Seca de Maíz y en verdad parecía una ranchera güera, con su boquita pintada de rojo y su rubia melena de elote—. Los hay de nopales con carne molida, como los que hacen en Milpa Alta, o de ¡mmm! ex-qui-si-tas tripitas y su-cu-len-tos charales, como los que hoy vamos a cocinar, muñequitos y muñequitas.

—¡Omar, otra vez se te olvidó invitar al público a suscribirse a nuestro canal de Youtube!  

—Tienes razón de nuevo, Remedios, pero no culpes a Omar de ese yerro sino a mí —contestó la Hoja Seca de Maíz—. De hecho, ahora que lo mencionas, también olvidé mandar saludos a nuestros anfitriones de San Bernardino, este bello pueblo ribereño cuyo gentilicio es las ranas, por la abundancia que hay de estos anfibios en sus campos y charcas de chilacastle, sobre todo en la temporada de lluvias. ¡Besitos, ranitas!

—¡Saludos a las ranas! —gritaron los demás ingredientes al unísono— ¡Nunca dejen de croar ni de defender el territorio! Jamás lo olviden: ¡La tierra no se vende, se ama y se defiende!

—¡La tierra no se vende, se ama y se defiende! —-a destiempo gritó Remedios, destemplado energúmeno emergiendo desde abajo de la mesa con machete de utilería en mano, dispuesto a defender la tierra, pero los pies se le enredaron y con estrépito dio de bruces en el suelo (las cámaras lo siguieron). Se trataba de uno de sus gags más reconocibles, que de forma infalible despertaba la carcajada del público y de los títeres sobre el escenario. Tras largos segundos de risas, aplausos y vítores (Remedios recibiendo flores del público y haciendo reverencias agradecidas), se retomó la preparación de los tlapiques, ahora explicada por un charal meticulosamente disfrazado con ropas de caporal y un pequeño bigote que, gracias a la voz ventrílocua y a los dedos ágiles de Omar, cobraba vida en lo que era un claro homenaje a don Yuri de Gortari:  

—Como ya se dijo, la nomenclatura gastronómica y la etimología nahua dictan que un tlapique es un envuelto en hojas de maíz, como los tamales, pero carente de masa. Ahora bien, el asunto tiene sutilezas porque un tlapique deja de ser un genérico tlapique para convertirse en mextlapique cuando las hojas de maíz se rellenan con pescado (michin, en náhuatl). Surge así, debido “a permutaciones de letras y a complejas variaciones”, el michin tlapictli, simplificado fonéticamente por por la banda como mextlapique. En este caso somos nosotros, los charales, quienes iremos envueltos en las hojas de maíz, pero antes solía usarse para los mextlapiques un pescadito endémico de los lagos y acequias de la Cuenca de México, el cual era tan socorrido en la preparación de este platillo, que su nombre se confunde con el de aquel. Me refiero al mexclapique o, según la clasificación científica, Girardinichthys viviparus.

—¡Uyuyuy, hay un montón de historias que contar acerca del compañero mexclapique! Podríamos pasar aquí todo el día... —interrumpieron, emocionadas hasta las entrañas, las tripitas encilantradas, retorciéndose como gusarapos entre las manos de Omar El Titiritero.

—La historia del mexclapique es, sin duda y ante todo, una historia de resistencia popular -con voz rasposa, ojos rojos y un intenso olor a hierba, El Epazote tomó la palabra. Al escucharlo, los presentes callaron respetuosamente porque en todos lados donde se para El Epazote tiene fama de viejo sabio, muy leído e informado—. Su historia es también la nuestra, compañerxs, nomás que su caso está más canijo todavía porque el pueblo mexclapique se encuentra a un paso de la extinción —hizo una pausa para encender un cigarro y continuó—. ¿Quieren saber la verdad? Hay fuerzas malignas que nos quieren desaparecer. Cuando yo era joven y estudié en la Facultad de Filosofía y Letras, entendí mal el concepto estoico llamado apatheia, bla, bla, bla, bla…


(A partir de los puntos suspensivos, fue imposible continuar el registro de lo sucedido ese día durante la preparación de los tlapiques en San Bernardino. Dicha falla técnica —que solo puede achacarse al descuido de uno de los integrantes del Recetario cripto-fantástico de Texcoco— no tiene importancia, puesto que, por fortuna, Brenda Anayatzin realizó unas estupendas fotografías que documentan por sí solas la receta. Además, el capítulo “Tlapiques: Lo Que Aparece En El Lugar De Lo Que Desaparece” se encuentra disponible en el canal de Youtube de El show de cocina con títeres más popular del lago de Texcoco. No obstante, creemos que es importante desarrollar a continuación unos cuantos incisos que echarán luz sobre ciertos aspectos importantes).


Mexclapique: apuntes y fragmentos


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“Como muchas otras cuestiones, el tema de la ictiofauna de la Cuenca tiene muchos problemas abiertos. ¿Cuáles y cuántos peces había en las aguas de qué lagos? De la información que discutiré a continuación se deduce que había una población piscícola sumamente elevada.”

(Gabriel Espinosa, “4. Los peces del lago” en El embrujo del lago, UNAM, México, 1996, p. 115).

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En este asunto ictiológico hay un dilema ortográfico. Muchas personas suelen decir y aún escribir mexcalpique (el corrector de Google Drive así lo sugiere), quizá para evitar el doble sonido consonántico cl que, sumado al de por sí complejo x, altera la castiza pronunciación del castellano ideal. Al parecer, la forma correcta es con cl, pero existen al menos tres maneras de escribir la palabra: mexclapique, mezclapique o mesclapique, como postula el Diccionario de Mexicanismos de la Academia Mexicana de la Lengua con base en la siguiente cita de Los bandidos de Río Frío, de Manuel Payno: “Uno de mis muchachos está sentado en un puesto cercano al de Cecilia, comiéndose un taco de mesclapiques con aguacate”.

La cita de Payno hace pensar en un México lacustre donde abundaban los mesclapiques. El equipo del Recetario biocultural del lago de Texcoco no se aguantó las ganas y comenzó la gigante tarea de leer Los bandidos de Río Frío (un libro de 1700 páginas) en busca de ingredientes de la cocina tradicional lacustre de la Cuenca de México. En este momento solo llevamos 45 páginas, pero la lectura no ha sido en vano. En la página 34, por ejemplo, encontramos lo siguiente:


Las personas que habitan ese lugar, que unos llaman las Salinas, otros San Miguelito, y la mayor parte lo confunden con Tepito, ejercen diferentes industrias. Unos con su red y otros con otates con puntas de fierro, se salen muy temprano y caminan hasta los lugares propios para pescar ranas. Si logran algunas grandes, las van a vender a la plaza del mercado; si solo son chicas, que no hay quien las compre, las guardan para comerlas. Otros van a pescar juiles y a recoger ahuautle; las mujeres por lo común recogen tequesquite y mosquitos de las orillas del lago, y los cambian en la ciudad, en las casas, por mendrugos de pan y por venas de chile.


Cuatro páginas más adelante, en la 38, se encuentra otra estampa de comida lacustre, protagonizada por las hierberas María Matiana y María Jipila:


Cuando las dos Marías establecieron con cierto crédito su nuevo comercio, mucho más lucrativo y noble que el de los mosquitos y acociles, abandonaron el pueblecillo de las Salinas y vinieron a residir a Zacoalco. Situado en la falda de una serranía desolada cubierta de abrojos, y en las márgenes áridas de color ceniza del lago, nada tiene de agradable, pero para ellas era una gran capital y estaban como quien dice ´en su centro´, cerca del lago, que constituía su despensa. Con el mosquito, y en caso apurado ranas, mesclapiques 3 y acociles, tenían para comer; y si caía algo en dinero, lo dedicaban al maíz, leña y manta.


Esta última cita es interesante porque señala que, para los habitantes de la Cuenca de México, el lago “constituía su despensa” y satisfacía las necesidades alimenticias de amplios sectores de la población. Otra cosa digna de notar es que el propio Payno escribió con cursivas la palabra mesclapiques 3, y además le colocó una nota aclaratoria que define de la siguiente manera el objeto ictiológico de nuestro interés:

3Pescados que abundan en los lagos; son muy pequeñitos.



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“Tiene una importancia histórica destacada por ser el primer pez nativo descrito por un investigador mexicano.”

(https://www.naturalista.mx/taxa/101459-Girardinichthys-viviparus)


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“Mexclapique -- Girardinichthys viviparus (Bustamante). Sin duda el pez nativo más ampliamente distribuido en el Valle de México, además del más abundante. Bustamante, en 1837, lo encontró en lagunas y acequias de México. Según Álvarez del Villar y Navarro (1957) es el primer pez descrito por un mexicano. No dudamos que por la fecha de descripción sea incluso el primer vertebrado descrito por un naturalista mexicano.”

(Biólogo Pedro Reyes Castillo, “Fauna de la Cuenca del Valle de México”, Memoria de las obras del Sistema de Drenaje Profundo del Distrito Federal, Tomo I “Descripción de la Cuenca”, Departamento del Distrito Federal, México, D.F. 1975, p.157).


*

[...]

—¡Vaya, vaya!

—¡Tacubaya!

—El primer pez descrito por un mexicano.

—Esa afirmación me deja con la boca abierta y el ojo cuadrado.

—Es casi como afirmar que antes de 1837 (año en que don Miguel Bustamante y Septiem publicó en el tomo II del Mosaico Mexicano su artículo “Descripción del Mexclapique (Cyprinus viviparus)”), ningúnx otrx mexicanx se aventuró jamás a emprender ninguna expresión verbal o gráfica acerca de ningún pez.

—El problema, desde luego, es nominal. No gratuitamente se mencionó al comienzo de este texto el hecho de que Abraham, el director ejecutivo de El show de cocina con títeres más popular del lago de Texcoco, sostenía en su mano derecha el poemario El otro, el mismo, de Borges. Y es que Abraham, conocido por sus muchos y fieles seguidores como “El Sabio Más Chido de Chimalhuacán”, había leído en voz alta el poema titulado “El Golem” antes de comenzar la grabación: “Si (como el griego afirma en el Cratilo) / el nombre es arquetipo de la cosa, / en las letras de rosa está la rosa / y todo el Nilo en la palabra Nilo”.

—¡Uyuyuy! Sí es cierto: has realizado una buena conexión ensayística. Lo que Bustamante hizo al describir, clasificar y nombrar científicamente a ese pez, fue un intento por crear un arquetipo convencional (aceptado por una comunidad internacional, pretendidamente racional y claramente occidental) que iluminara y abalara la existencia de dicho animalito, antes perdido bullendo a madres en el fango lacustre de la indistinción y la premodernidad. Como el Judá León del poema, Bustamante “se dio a permutaciones / de letras y a complejas variaciones / y al fin pronunció el Nombre que es la Clave”.

—Mexclapique, Cyprinus viviparus.

—Exacto. Eso nos coloca de golpe en el camino de la sospechosa semejanza fonética entre los verbos describir y descubrir, con las implicaciones coloniales que se han desprendido de ese binomio desde el mal llamado “Descubrimiento de América” y su género literario consecuente: las Crónicas de Indias. Teniendo en cuenta, pues, el aspecto colonial del asunto, no debemos olvidar que descubrir y describir, aunque originalmente ceñidos al ámbito de la epistemología, son acciones que, acaso involuntariamente, terminan más temprano que tarde al servicio de la dominación y el saqueo capitalista administrado desde la Metrópoli.

—De ahí la discusión que hemos tenido en el Recetario biocultural del lago de Texcoco acerca de la necesidad de subvertir, o al menos abordar de forma crítica, la figura del “cronista de indias”. Para mí, la única manera viable de hacerlo es rehuyendo del realismo a través del ensayo literario y el Gallito Pericón, es decir escapando en bicicleta con el libro Ocaso de sirenas esplendor de manatíes dentro de la mochila rumbo al páis de los pájaros fantásticos, única hybris comprensible y perdonable en unx “cronista de indias”.

—Suscribo tu idea. De hecho salgo a la ventana unos minutos cada hora a cotorrear como gallo cantor. Y también creo con firmeza que no todos lxs cronistas de indias eran obrerxs alienadxs en la gran maquila del colonialismo rapaz. Sin duda muchxs realizaron sus investigaciones enamoradxs aullándole al cielo en celo, como estoy casi segurx que hizo don Miguel Bustamante y Septiem cuando -describió al mexclapique, ese tierno pececillo de dos pulgadas las hembras.

—Podríamos discutir largamente ese punto. Yo también creo que las investigaciones se realizan por amor. Al menos las investigaciones chidas, aquellas cuya motivación principal no es el interés pecuniario, las cuales, hay que decirlo, son muchísimas, pues, contrario a lo que suele creerse, la gente emprende todo el tiempo proyectos sin finalidades capitalistas, por el puro gusto de entender fragmentos del mundo, generar parentescos, dejar constancia de la destrucción, lanzar botellas al mar, ocupar lúdicamente el tiempo, cuidar entidades o reunirse con amigxs humanxs y no humanxs para echar el taco y el pulque.

—¡Salud por eso!

—¡Salud!

—Oye: ¡qué buen mezcal, eh!

—Sí, está fino; entumece la lengua.  Yo le cambiaría el nombre y lo llamaría mexclal.

— Jajaja.

— Volviendo al punto, a mí me viaja muchísimo el hecho de que las investigaciones desinteresadas, amorosas y afectivas, sean susceptibles de terminar como herramientas del despojo en manos de las fuerzas malignas de la destrucción capitalista. ¿Es algo que se encuentra fuera del control de quienes investigamos? La cuestión me genera ansiedad.

—Al respecto, creo haber alcanzado la apatheia. Unx hace algo y después lo libera en el agua de la comunicación humana, ese espacio inabarcable, pletórico de infinitas causas y efectos y eutroficado con interpretaciones rizomáticas sobre las cuales no ejercemos —no podemos hacerlo— ningún tipo de control.

Apatheia, el concepto estoico que mencionó El Epazote. Se refiere al estado mental alcanzado por una persona cuando distingue los eventos sobre los que su voluntad tiene control de los que no. Así mismo, se trata de una disposición anímica que evita generar interpretaciones, culpas y recriminaciones a propósito de los infortunios inevitables que trae la vida: la enfermedad, el dolor, el incendio, la peste y la muerte; y también vanaglorias a propósito de las siempre fugaces prosperidad, salud y felicidad.

—Creo entender la confusión confesada por El Epazote. Más allá de la niebla generada por la similitud fonética con la palabra apatía (son cosas distintas), la dificultad que postula la apatheia radica en discernir entre eventos naturales de los que no lo son. Tú mencionaste “el incendio, la peste, la muerte”, y yo me pregunto qué tanto de ellos se encuentra ligado a nuestra voluntad. Hoy sabemos que muchos desastres naturales (el peligro de extinción al que ha sido orillado el mexclapique, por ejemplo) son causados por acciones humanas dependientes de voluntades concretas.

—La potencia de la apatheia está en saber ubicar el propio cuerpo dentro de las causas y efectos del mundo. ¿Tú cuerpo es responsable de la extinción del mexclapique? No, al menos no de una forma ligada directamente a tu voluntad. ¿Tu cuerpo puede hacer algo para ayudar al mexclapique? Quizá, si se desplaza radicalmente y en su camino desplaza a otros muchos cuerpos. ¿Tu cuerpo debe ser pasto de pasiones por la situación crítica del mexclapique? Yo diría que no, si tales pasiones se traducen en ansiedad, tristeza, odio; y diría que sí, en caso de que movilicen tus energías creativas.

—Ya, sí, sí, sí, cámara, va, chido, arre, yastás. Tus palabras me han hecho pensar que una estrategia efectiva para las investigaciones artísticas amorosas es la instilación ininterrumpida de ficción, debraye, poesía y locura hasta que la solución artística cripto-fantástica corroa el matrimonio mefistofélico del saber y el colonialismo capitalista.

—Coincido contigo: la literatura, el pensamiento y el arte de la vida diaria son, al menos idealmente, agentes disruptivos en los circuitos del capital, aunque, como tú bien sabes, el mismo capital quiere a toda costa asimilarlos y por eso el arte siempre debe estar a salto de mata.

—Ya lo sé, ¡caray! Por eso mismo voy a sacar de su jaula al Gallito Pericón.

—Por cierto, ya que hablas de pájaros, ¿sabías que don Miguel Bustamante publicó en el Mosaico Mexicano un artículo titulado “Ornitología. El censontle (Turdus polyglotus)”?

[...]

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Palabras de don Miguel Bustamante:

—Este pescado comunísimo en las lagunas y acequias de México se diferencia de otras especies porque la [aleta] dorsal y la anal constan de 14 a 16 radios y la caudal de 28 a 30. Tiene el cuerpo de una y media a dos pulgadas de longitud, de color parduzco en el dorso y blanquecino todo lo demás, esta lleno de fajas blancas que varían en amarillas cuando se infune en aguardiente para conservarlo.

”El abdomen es blanco y muy ensanchado en las hembras cuando se hallan próximas al parto, si en esta época se comprime el abdomen, sale una bolsa que contiene de 20 a 30 pescaditos que nadan con mucha velocidad.

”El vulgo conoce a este pescado como mexclapique.

”Abunda dicho pescado en los contornos de México, tanto en las aguas corrientes como en las encharcadas, procrea en todos los tiempos, y se vende con frecuencia en las plazas y mercados; aunque su consumo es entre la gente pobre, suele comerse todo entero cuando son pequeños, y despojados de la cabeza y cola cuando son grandes; se preparan de varias maneras y no es desagradable su sabor si se le junta con una buena salsa.

(Miguel Bustamanate y Septiem, “Descripción del Mexclapique (Cyprinus viviparus)”, tomo II del Mosaico Mexicano, p.116, imprenta de don Ignacio Cumplido, México, 1837).


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El arte de la ficha bibliográfica en el texto “La vida y la obra de don Miguel Bustamante y Septiem”, de Manuel Maldonado Koerdell, Revista de la Sociedad Mexicana de Historia Natural, Vol. I, Núm. 3, agosto, 1940:


La “Memoria instructiva para colectar y preparar para su transporte los objetos de Historia Natural”, es un folleto escrito por Bustamante y publicado por Cumplido, en México, en 1839. En sus 29 páginas se leen: una dedicatoria al ilustre Conde de la Cortina fechada en abril de 1838, un corto prólogo y una serie de instrucciones para preparar aves, mamíferos, reptiles, “pescados”, “crustacios”, insectos y “molluscos” en lo que se refiere a los animales y para formar herbarios, conservar semillas, frutos, maderas y raíces, obtener gomas, resinas y otros productos vegetales. Termina con unas cuantas líneas dedicadas a la recolección de Criptógamas y minerales.

Cuando me vaya al mundo de los pájaros fantásticos no debo olvidar la “Memoria instructiva” de Bustamante. 


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Hoy en día, la Lista Roja de Especies Amenazadas de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza considera al mexclapique en Peligro Crítico de Extinción, lo que quiere decir que el pez ha mostrado “una fuerte caída de entre un 80% y un 90% de su población en los últimos 10 años o 3 generaciones, fluctuaciones, disminución o fragmentación en su rango de distribución geográfica, o una población estimada siempre menor que 250 individuos maduros.”


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Lo que aparece en el lugar de lo que desaparece. De la misma forma como debemos abordar críticamente la figura y la labor de lxs “cronistas de indias”, el concepto EXTINCIÓN debe ser tomado con pinzas. Este ha sido utilizado como justificación para apoderarse de territorios y recursos. Así, algunas zonas en las que se ha declarado la extinción de ciertas especies, son susceptibles de sufrir un cambio de uso de suelo con fines extractivos bajo el pretexto de que “ya no hay nada que proteger-conservar-dejar vivir porque ya se extinguió.”

Casi siempre, lo que se chinga primero es el hábitat, no las especies directamente, sobre todo si estas no tienen un interés comercial importante. Las especies resisten, literalmente, hasta morir.

Del mexclapique y su resistencia vale la pena señalar la siguiente observación de Gabriel Espinosa:

Resalta también la vitalidad del Girardinichthys viviparus, especie antes endémica de la Cuenca de México que se las ha arreglado nada menos que  a través de drenaje para colonizar el río Tula. Tal vez algo que le ayuda es que su alimentación es de tipo mixto y consiste en diversas sustancias vegetales y larvas acuáticas de insectos. 


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Hablando del drenaje, citaré a continuación uno de los fragmentos más geniales que se han escrito al respecto.


De uno de sus costados salían seis largos tubos que llevaban el agua, a chorros, del estanque al río [...] El gran tubo se conectaba de forma enigmática con la fuente infernal; era como si estuviera sodomizando en secreto algún orificio tecnológico escondido; como si le provocara un orgasmo a un monstruoso órgano sexual (la fuente). Un psicoanalista podría decir que el paisaje mostraba “tendencias homosexuales”, pero yo no daré una conclusión antropomórfica tan burda. Solo diré: “Estaba ahí”. (Robert Smithson, “Un recorrido por los monumentos de Passaic, Nueva Jersey”, en Selección de escritos, Alias, 2009, México, p. 91)


En el caso del drenaje de la Cuenca de México y de la fuga del mexclapique (la eyaculación de peces diminutos en otra cuenca hidrológica) a través del  tajo de Nochistongo o el túnel de Tequixquiac, se podría hablar de algo simultáneamente venéreo y geológico.


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Habla El Epazote:

—El pueblo mexclapique se encuentra en permanente y heroico estado de resistencia (luchando por su vida, su casa y su comida), como nosotrxs mismxs y como todxs ustedes, pues, ¿acaso dudan de que estar aquí, cocinando estos platillos antiguos de honda raíz biocultural, en compañía de ingredientes hermosos y personas bellas, sea una declaración de lucha, un acto de agonismo político?


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Otra diferencia entre el tamal y el tlapique es que, durante la preparación, el tlapique prescinde el vapor de agua como agente de cocción y en su lugar echa mano del tlecuil y el comal, a cuyo ardor son relajados los tlapiques hasta que las hojas de maíz se chamuscan y el interior queda bien cocido. Un tlapique es, pues, un tamal tatemado.


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Cuando María Jipila acababa de despachar a sus marchantes y tenía ya el ceñidor repleto de cuartillas, de pesetas y reales lisos, descansaba un momento, sacaba una gorda de elote y un tamalito de mesclapiques, unos chiles verdes, picantes como la lumbre y un poco de sal, y comía que daba gusto. (Manuel Payno, Los bandidos de Río Frío, capítulo III “Las brujas”).

Cabe preguntarse si lo que sacaba María Jipila no era un tamalito sino, en realidad, un tlapique de mexclapiques.

Nunca lo sabremos, pero de cualquier forma se nos hace agua la boca.